(Juan 19:30) “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza entregó el espíritu”.
(Mateo 27:50-54) “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.
Introducción: Fuimos creados para expresar la gloria de Dios; el hombre creado a imagen y semejanza de Dios no tuvo ningún impedimento para estar en la presencia de Dios hasta cuando apareció el pecado. (Isaías 59:2) “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar su rostro para no oír”. Por el pecado el ser humano fue destituido de la gloria de Dios (Romanos 3:23) “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.
Por la muerte del Señor Jesucristo, se consumó la redención de la humanidad. El Señor derramó Su sangre para la remisión de nuestros pecados; las iniquidades que nos separaron de Dios, la sangre del Señor las quitó y nos abrió el camino para que pudiésemos entrar nuevamente en la presencia de Dios y podamos disfrutar de Su Gloria.
Siendo que por causa del pecado la presencia de Dios se apartó del ser humano, Dios no nos abandonó, Él siguió manifestando Su misericordia hacia su pueblo, aunque no podía residir como antes de la caída en el hombre. Entre Dios y los seres humanos hubo una pared que nos separaba.
En el Lugar santo había tres piezas de muebles, cada una hecha de acuerdo con un patrón y medida. Cada una de estas piezas nos revela una verdad espiritual.
El pan colocado sobre la mesa representaba la presencia del Señor que sustentó, le proveyó a Israel para todos los aspectos de la vida. El pan de la proposición tipifica a Cristo, el Pan de Vida.
El Señor es nuestro proveedor. (Filipenses 4:19) “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”.
La luz que ardía simbolizaba la constante presencia de Dios entre el pueblo. La congregación de Israel debía llenarse de la luz, vida y presencia de Dios.
El altar para quemar incienso simbolizaba las oraciones de cada día, y anticipaba el ministerio del Señor Jesucristo como nuestro intercesor.
En el Antiguo Testamento estar en el Lugar Santo era estar en un lugar de intimidad con el Espíritu Santo.
2. EL LUGAR SANTISIMO
El Lugar Santísimo era el lugar que se hallaba tras el velo. Era el velo lo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo (Éxodo 26:33) “Y pondrás un velo debajo de los corchetes, y meterás allí, del velo adentro, el arca del testimonio; y aquel velo os hará separación entre el lugar santo y el santísimo”.
(Hebreos 9:6-8) “Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie”.
3. ¿QUÉ HABIA EN EL LUGAR SANTÍSIMO?
En el Lugar santísimo estaba el arca del pacto. (Hebreos 9:4) “El cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto”.
4. EL VELO DEL TEMPLO SE RASGÓ DE ARRIBA ABAJO
El historiador Josefo nos dice que el maravilloso velo era un cuadrado que tenia diez centímetros de espesor con una extensión de cuatro metros y medio de lado, hecho del lino teñido mas delicado y entretejido con hilos de oro. Este velo cubría el Lugar Santísimo para que nadie entrase, solo el Sumo Sacerdote y una vez al año en una nube de incienso con una palangana de sangre, para hacer la expiación anual por la nación.
Conclusión: El Señor Jesús dice: (Juan 14:6) “Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Ahora los seres humanos podemos entrar en Su presencia. El amoroso corazón del Padre dice: “Yo quiero venir y hacer mi morada contigo”. Ya podemos entrar en su presencia con la misma libertad con que Jesús entro. Entramos por el camino nuevo y vivo. El velo que nos separaba de la gloria de Dios ya se abrió.
(Hebreos 10:19-22) “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, es to es su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones con agua pura”.
(Hebreos 8:1-2) “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”.
(Hebreos 9:11-14) “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”.
(Hebreos 9:24-28) “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”.